El «esqueleto mental» que todos compartimos es como una estructura que puede romperse como un cristal en un cierto número de maneras que están predeterminadas, de modo que, de entre todo el conjunto de rasgos estructurales principales, cualquier individuo dado (como resultado de la interacción de factores constitucionales y situacionales), acabará tomando uno u otro como primer plano de su personalidad, mientras que el resto de rasgos estarán en un fondo más próximo o más lejano.
Podríamos usar también la analogía de un cuerpo geométrico que descansa sobre una u otra de sus caras; todos compartimos una personalidad con las mismas «caras», lados y vértices, pero (continuando con la analogía) con diferentes orientaciones al espacio, “cosmovisión”.
Según esta visión existen nueve caracteres principales -(en contraste con los tres de Sheldon, los cuatro temperamentos de Hipócrates, los cinco tipos bioenergéticos de Lowen y las cinco dimensiones de algunos factorialistas)-. Cada uno de éstos presenta, a su vez, tres variantes, según sea el predominio de intensidad de los impulsos de autoconservación, sexual o social (existen un total de 27, tres por cada eneatipo, conocido como subtipos).
Los nueve caracteres, en esta visión, no constituyen simplemente una serie de estilos de personalidad: constituyen un conjunto organizado de estructuras de carácter, entre las cuales se observan relaciones específicas de contigüidad, contraste, polaridad, etc. Estas relaciones están representadas de acuerdo con la estructura geométrica tradicional llamada «Eneagrama» denominaremos a estos caracteres “eneatipos”, como abreviación de «tipos de personalidad según el Eneagrama.
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